El viento rebelde, el horario complicado en un día laboral, la lejanía, el viaje a Quilmes, la certera confianza. Para vivir el 148º clásico platense… bien distante de la ciudad. Para gozar con la superioridad de Estudiantes sobre un vecino barrial destrozado en lo institucional y abrumado en lo futbolístico, que llegó con un severo cuadro de conmoción y se retiró con serio pronóstico reservado.
El Pincha lo humilló con seriedad desde el minuto cero. Antes de los 9’, Leandro González ya había desperdiciado dos mano a mano claritos, y al rato lo tuvo Mercado tras el enésimo error de la zaga visitante. El gol se venía venir en una cancha inclinada, y Fede Fernández –cada vez más titular- le cambió la trayectoria a un centro precioso del Chapu para abrir el marcador. Después, la escalada de la Bruja por el carril del 10, con el vigor de un juvenil, el indudable penal de Rinaudo y la ejecución del mismo Seba que el Gatito quejoso no pudo detener a pesar de adelantarse ostensiblemente.
El segundo tiempo fue casi anecdótico, pues el Pincha reguló pensando en San Lorenzo, y el once tripero no tenía ánimo, ni recursos, ni variantes; ingresaron Neira y Aued, éste a pegar de una manera descarada, incluyendo un foul de roja a Marcado ignorado por Pitana. Salió JSV, rengueando, con el tobillo enclenque, y la ovación tuvo implícitas las lágrimas que despierta todo su amor por el club.
De allí al final, el puntero absoluto del torneo se replegó con inteligencia, y de contra pudo haberlo aumentado en un par de ocasiones, dentro de un encuentro sin equivalencias por la diferencia de capacidad individual en el puesto por puesto, en la cohesión de conjunto, en el sentido de pertenencia y en la honda impronta histórica que refiere a hazañas y fracasos para uno y otro lado.
En el cierre estalló la fiesta, el sol asomó sólo para Estudiantes –como ya es norma en La Plata- y los jugadores se unieron a la gente en un canto hermoso, vibrante, infinito como esas cosas perennes que embriagan de éxtasis y no admiten modificaciones en su orden natural.
La caravana, un rato más tarde, coloreó de rojo y blanco la autopista, celebrando a
bocinazo limpio un estado intransferible de patria potestad. El Pincha no ejecuta banderazos, no llora, no boquea, ni pone en sus tribunas insignias extranjeras. Tampoco se hace el malo, pero a la hora de guapear en la esquina, saca a relucir el determinante peso específico de la camiseta impregnada en su corazón.
Salutti
Gracias Marble!!