Ficción y certeza del vestuario

por Walter Vargas 

Primero, lo primero: que Agustín Alayes termine su carrera jugando en Estudiantes supone un acto de estricta justicia. Y más: o no debió haberse ido cuando se fue o debió haber regresado antes.
Luego, un Marcos Angeleri cercano al que supo ser sería un lateral competente y un Marcos Gelabert en plenitud sería una buena alternativa como carrilero por la derecha, como parte de un doble cinco e incluso como mediocampista suelto, sin responsabilidades específicas.
Claro que Alayes, que viene de irse al descenso con Banfield, hace un buen rato que dejó atrás su cresta de la ola; Angeleri viene de ser suplente de suplente en el Sunderland, y eso durante casi dos años; y Gelabert viene de una lesión de las que recuperarse plenamente demanda mucho tiempo.
Esto viene a cuento de la tan mentada necesidad de Estudiantes de fortalecer “el vestuario”, entendido, el vestuario, no ya en su vertiente material sino más bien en su vertiente simbólica. Un vestuario, para el caso, liderado por gente experimentada y de probada pertenencia albirroja, gente capaz de transmitir de forma cabal qué significa Estudiantes, apuntalar a los extrapartidarios, hacer crecer a los jóvenes e interesar a los indiferentes.
Hasta ahí, fenómeno, adelante con los faroles, hagamos fuerte el vestuario, pero, eso sí: tampoco hagamos del grupo un fin en sí mismo. Un grupo juramentado y unido, un grupo fuerte, deviene fecundo cuando hay materia prima idónea y un equipo en el profundo sentido del término. Un equipo con la suficiente variedad de recursos, esto es, con futbolistas que estén a la altura de las circunstancias cuando el referí pita y echa a rodar la pelota. 
Un grupo de jugadores mediocres y/o terminados, no va demasiado lejos por más fuerte que esté; y eso, porque, como diría Alejandro Dolina, si mala es una comida salada, mucho peor es comer sal solamente.


Animals!
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